domingo, 19 de febrero de 2012

She's all...

Llegó y en seguida la divisó allí, sentada en una mesa del bar, con un cigarrillo encendido.
Estaba increíble, como siempre. Su mirada estaba perdida y su semblante sombrío, lo que le provocó un nudo en la garganta.
Al llegar a su lado, la saludió cordialmente, le tendió la mano y le preguntó si podía tomar asiento. Ella asintió con la cabeza y lo observó con disimulo. Se dio cuenta de ello, así que en seguida ella desvió la mirada.
Nervioso como estaba intentó sacar conversación, pero ella se mostraba serena y poco elocuente. Apenas si le dirigía la mirada. En el fondo, él sabía que no se atrevía a mirarlo porque no quería afrontar todos los sentimientos que aún sentía por él. Lo sabía. Pero él necesitaba que ella le sostuviese la mirada.
Sentía como si el puñal que llevaba en el pecho desde hacía tiempo lo estuvieran hundiendo aún más con cada silencio de ella, con cada mirada triste, apagada, con cada reprobación severa en sus ojos.
Aquellos ojos... ¿Cómo podían resultarle tan cautivadores siendo así, tan fulminantes como lo estaban siendo en esos momentos? Sin embargo la amaba, la deseaba con toda su fuerza, su cuerpo, y su corazón. Necesitaba rozar su mano con la suya, acariciarle la mejilla, el pelo. Que le dedicara una mirada, sacarle una sonrisa, hacerla hablar dulcemente como lo había hecho siempre.
Sabía que ella estaba dolida y que intentaba mostrarse fuerte e inflexible, pero que en el fondo no lo era y ella también estaba muriendo de dolor y conteniendo las ganas y la necesidad de un abrazo.
Un abrazo... Oh, si tan sólo sus brazos pudieran rodearla... Si apenas la dejara contenerla. Ella cabía perfectamente entre sus brazos y él se sentía tan a gusto apretujándola contra sí. Tenía la necesidad de aferrarla a sí y sentir que nunca, pero nunca jamás volvería a dejarla ir. Necesitaba que ella le diera esa seguridad, esa ilusión. No podía más con tanto dolor. Clemencia, piedad, redención, misericordia. Sabía que el corazón de la muchacha era grande y era capaz de perdonar. O no le importaba acaso, sólo quería tocarla. Su mano, su cabello, su rostro, sus labios... Esos labios que ansiaban un beso desesperado y salvador. Esos besos reconfortantes como los suyos; únicos y tan perfectos.
La amaba. No tenía dudas sobre eso. Y lucharía por estar con ella así significara hacer todo lo que no hubiera hecho jamás. No la soltaría nunca más, a menos que ella le dijera con seguridad y mirándolo a los ojos que ya no lo amaba y que no quería estar con él. Cualquier indicio de duda sería para él una señal de que valía la pena seguir luchando. Y él, conociéndola como la conocía, podía ver la duda en su mirada desde el momento en que llegó al bar. Y por eso estaba allí, para pelear por su amor, para recuperarla, para volver a amarla y hacerla feliz para siempre.
Aún conservaba la esperanza y sabía que era lo último que le quedaba.
Su corazón latía precipitadamente y la tristeza lo inundaba, pero allí estaba, junto a ella, que al fin le sostuvo la mirada... Y en ella vio comprensión, amor, perdón, consuelo.
Ella era todo lo que él necesitaba.

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