jueves, 10 de mayo de 2012

It's amazing... ♫

La obsevaba con disimulo mientras sonreía con sus amigos.
Ella, sentada en la otra esquina de la mesa, cuchicheando con las otras muchachas, tan locuaz, tan suelta, tan risueña, tan natural como era ella.
No podía escuchar de lo que hablaban, lo hacían como lo hacen las mujeres, que entre ellas solas se entienden, puesto que no estaba tan lejos pero apenas entendía palabra alguna de lo que decían. Pero sonreían. Gesticulaban, y todo lo hacían con finura. A decir verdad, casi ni les prestaba atención a las otras, y en cuánto podía le echaba un vistazo sutil y no podía evitar que miles de sensaciones le recorrieran el cuerpo.
Ahí estaba, perfecta para él, tranquila, elocuente, simpática, agraciada, sonriente. Adoraba su sonrisa, la blancura de sus dientes, la frescura de su aliento. Y también sus labios. Los finos labios superiores que de tanto en tanto se enchaban para formar una delicada sonrisa extendida hasta sus cálidas y suaves mejillas.
Y aquellos ojos... esa mirada penetrante que la caracterizaba. Unos ojos que intimidaban si se les sostenía la mirada por mucho tiempo. Una mirada tan firme, tan fuerte, tan poderosa. Comunicativa, radiante, cautivadora. Nada podía compararse con la felicidad, como cuando aquel delicado rostro lanzaba una mirada cómplice hacia él y le sonreía con ternura.
Él se sonreía también al observarla, y ella en seguida volvía la cabeza hacia las otras muchachas que le daban conversación. De tanto en tanto, la miraba. Hablaba con los demás, pero la miraba. No podía dejar de mirarla. Ella era todo para él. Era su vida, su otra mitad, otra parte de sí. No podía describir la infinidad de sentimientos que le provacaba aquella mujer. La amaba. La amaba con locura, con pasión, con fervor.
Quería estrecharla entre sus brazos en aquel instante. Cabía tan perfectamente en sus brazos cual pieza de rompecabezas. Pero aquella pieza no era como todas las piezas comunes... aquella era frágil, como un cristal que debe tomarse cuidadosamente porque puede romperse con el sólo roce del suelo. Y él, era su protector, su guardián, su héroe.
No había nada que disfrutara más que contemplarla. Y saber que era suya. Toda suya. Que la amaba y que así mismo, ella le correspondía.

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